artículo de opinión

OPINIÓN: Turquía: las dos caras de la verdad

Los sucesos de los últimos meses en Turquía habían llevado a muchos medios a generalizar la idea de que Erdoğan y su partido habían perdido apoyos, de que el \»pueblo turco\» había dicho \»basta\», y que la era del AKP en Turquía tocaba a su fin. Algo que las elecciones del 30 de marzo han demostrado que era falso.

Las elecciones municipales celebradas el 30 de marzo en Turquía han supuesto la culminación de todo un año plagado de tensiones políticas en el país, empezando por las protestas contra el gobierno desatadas durante el pasado verano por el Gezi Park, siguiendo con el distanciamiento -y la posterior guerra abierta- entre el gobierno del AKP y el movimiento religioso dirigido por Fethullah Gülen que culminó en diciembre en las acusaciones de corrupción contra el ejecutivo, y finalmente con las protestas por la muerte de Berkin Elvan (última víctima del Gezi Park) o, más recientemente, con la polémica en torno a la nueva ley sobre Internet, incluyendo el posterior bloqueo de la red social Twitter y del portal de videos Youtube.

Con todos estos factores supuestamente en contra del ejecutivo del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), parece que muchos se han llevado las manos a la cabeza sorprendidos de que el partido liderado por Erdoğan, lejos de verse perjudicado en las urnas, no sólo haya revalidado su mayoría sino que haya conseguido sus mejores resultados (más del 45% de los votos) en unas municipales desde su llegada al poder en el año 2002. El propio Partido Republicano del Pueblo (CHP), principal partido de la oposición, aún no parece acabar de creérselo y de hecho sus miembros y seguidores se apresuraban apenas una hora después de que comenzara el recuento de votos a hablar de fraude electoral masivo. En la prensa extranjera tampoco se ha comprendido muy bien lo ocurrido, y periódicos españoles como El País titulaban «Erdoğan legitima su deriva autoritaria en las urnas» sin comprender tampoco muy bien qué es lo que ha pasado en Turquía y por qué los ciudadanos turcos siguen dándole la mayoría al AKP, teniendo en cuenta la imagen externa que del partido o de su propio líder y primer ministro Recep Tayyip Erdoğan se ha proyectado en el último año, especialmente desde los medios de comunicación.

Una cosa que nos ocurre a los seres humanos a menudo es que tendemos a construir un mundo basado en divisiones absolutas, a clasificar todo como «bueno» o «malo» o «blanco» y «negro» sin hacer distinciones, y sobre todo a relacionarnos con personas que piensan como nosotros. Es difícil -aunque no imposible- entablar una relación estrecha con quien piensa diferente a nosotros, por lo que cuando queremos darnos cuenta a menudo nuestro propio círculo de relaciones tiene un punto de vista similar al nuestro y, en caso de toparnos con alguien que no sea así, lo habitual es guardar silencio para evitar conflictos y polémicas. Cuanto más acérrimamente seguidora de una idea, una opinión o -en el caso que nos ocupa- de un partido político es una persona, más se acentúan estas características y más se cierra su círculo, de forma que llega un momento en que acaba creyendo que todo el mundo piensa igual, y le cuesta ver más allá de esa perspectiva. Es realmente difícil romper esa tendencia, y a los seres humanos en general nos cuesta mucho no sólo aceptar otros puntos de vista, sino romper esquemas ya preestablecidos y ver las cosas de forma diferente. No digamos ya reconocer que estábamos equivocados…

Esto viene a colación de la forma en que los medios extranjeros han tratado todos los factores a priori en contra del AKP mencionados al principio, y cómo todos ellos habían llevado durante los últimos meses a generalizar la idea de que Erdoğan y su partido habían perdido apoyos, que el «pueblo turco» había dicho «basta», y que la era del AKP en Turquía tocaba a su fin. Ese mismo discurso había calado hondamente en el CHP y entre sus seguidores… y muchos se lo habían creído. Pero lo cierto es que todos esos acontecimientos del último año -incluso las vistosas y polémicas protestas por el parque Gezi- nunca llegaron a consensuar en Turquía una opinión mayoritaria en contra del gobierno, y -así lo indicaban las encuestas – ni tampoco a generar una opinión mayoritaria culpando a Erdoğan o a su partido, al que no siempre se consideró responsable de lo ocurrido y, cuando se hizo, fue a menudo desde ámbitos marcadamente politizados e ideológicos.

De la misma forma las acusaciones de corrupción surgidas a raíz de una investigación abierta el pasado mes de diciembre hay que entenderlas -como ya expliqué en mi anterior artículo de opinión – en el marco de la guerra desatada en Turquía entre Erdoğan y su antiguo aliado Gülen, desde que aquel decidiera en noviembre cerrar las escuelas «dershane» dirigidas por este líder religioso, cortándole una importante fuente de financiación y captación de nuevos miembros. Comprender todos los acontecimientos vividos en los últimos meses sin tener en cuenta esa «guerra interna» que vive en Turquía resulta imposible, y nos daría sólo una visión muy superficial y parcial de la realidad sin advertir todos los entresijos que se ocultan justo debajo.

Para quienes ya sentían cierto desprecio hacia Erdoğan por sus políticas conservadoras, y aún más por lo ocurrido en el Gezi Park (incluyendo no sólo a los votantes de la oposición y de izquierdas, sino a muchos periodistas y medios occidentales), las acusaciones de corrupción surgidas en diciembre fueron aceptadas como una verdad incuestionable; para otros, sin embargo, no fueron más que parte de la «venganza» orquestada por el movimiento Gülen, muchos de cuyos miembros están infiltrados en la administración, incluyendo la policía y la judicatura. Muchos ciudadanos, incluso entre los votantes del CHP, vieron además con malos ojos que el principal partido de la oposición, que siempre había criticado la alianza entre el AKP y Gülen, uniese sus fuerzas a un movimiento religioso hasta el punto de casi equiparar sus discursos y sus acusaciones, y de incluso hacerle el trabajo sucio a la «Cemaat». De este modo, lo que muchos dentro y fuera de Turquía han visto como un varapalo al gobierno del AKP, no ha sido visto por todos los ciudadanos turcos -que al final son los que votan- de igual forma.

De la misma forma tendemos a creer que los que hacen más ruido son la mayoría, cuando realmente las mayorías suelen ser silenciosas; sin embargo, conviene saber que cada vez que la prensa extranjera habla de un acontecimiento político o -sobre todo- de una protesta en Turquía, trata de ahondar en una línea de pensamiento o tendencia previamente marcada por el editor o el periodista de turno, intentado presentar estos hechos como representativos de una mayoría o de un malestar generalizado. Si analizamos por contra en perspectiva -y al margen de simpatías- las protestas -por ejemplo- contra la nueva ley sobre Internet vividas especialmente en Estambul, vemos que han estado protagonizadas por grupos reducidos y con una ideología muy determinada, pero que de ningún modo tenemos por qué considerar representativos de una mayoría.

Esas supuestas grabaciones difundidas en Youtube en las que Erdoğan aparecía hablando con su hijo Bilal sobre dinero negro, fueron ampliamente difundidas en redes sociales y en medios y prensa afines a la oposición turca como una prueba clara de las corruptelas del gobierno, una versión que los medios extranjeros aceptaron rápidamente -como tantas veces, desgraciadamente- sin cuestionarse las fuentes ni tampoco las motivaciones que había detrás de todo eso. Personalmente a mí, y a otros ciudadanos turcos de distintas tendencias con los que traté el tema, me parecieron un burdo montaje. Puede que Erdoğan y su hijo manejen dinero negro, o puede que no, yo no lo sé; pero desde luego, dudo que lo comenten abiertamente en una larga conversación telefónica cuando sabían de sobra que podían estar siendo espiados… Y en cualquier caso me bastaron 30 segundos para comprender que aquel balbuceo que podía oirse en la grabación era sólo una torpe imitación de la voz del primer ministro turco (que por cierto, luego fue contestada con varios montajes similares con los líderes de la oposición, bastante graciosos).

El mismo hecho del bloqueo a Twitter o Youtube no es, ni muchísimo menos, algo nuevo en Turquía, por más que el CHP y la prensa afín -y los medios extranjeros detrás, de nuevo sin cuestionar las fuentes – lo hayan querido presentar así por motivaciones obvias (¿es que nadie recordaba la proximidad de unas elecciones «clave» en Turquía??). Ahí están los ejemplos de Vimeo (otro portal de videos), Blogger, Google Sites y un largo etcétera que incluye al propio Youtube, que durante otros dos años ya estuvo bloqueado en Turquía por unos simples videos con insultos a Atatürk sin que hubiese entonces acusaciones de censura por parte del CHP (algo impensable dada su ideología kemalista y nacionalista, que tantas veces les ha valido las críticas de sus colegas europeos), ni nuevas leyes sobre Internet, ni acusaciones de corrupción que el gobierno quisiera tapar…

El propio ex presidente del CHP, Deniz Baykal, quiso bloquear en 2010 el acceso a Youtube pocos meses después de que volviera a estar disponible en Turquía (y de hecho consiguió bloquear el acceso desde Turquía al diario español «El Mundo»), por la aparición de un video sexual con una antigua secretaria que le costó su cargo en el partido. ¿De qué estamos hablando entonces? ¿Dónde está la verdad? Bueno, a lo mejor deberíamos criticar una ley sobre Internet que no ha impedido -como había prometido el propio ejecutivo del AKP- el cierre de webs enteras en lugar de sólo eliminar ciertos contenidos, para evitar casos como estos. O cuestionar la decisión del presidente turco Abdullah Gül de hacer oídos sordos a los llamamientos de muchos internautas para que no ratificase la ley. El problema de base no ha cambiado: una simple demanda ante un tribunal de una sola persona, puede hacer que la justicia turca bloquee el acceso a toda una web.

Mientras escribo estas líneas, el CHP ya ha anunciado que pedirá un recuento de votos en varias circunscripciones, incluyendo Ankara y Estambul. Desde días o semanas antes ya hablaba de fraude, y de hecho envió delegados a todas las mesas electorales para organizar su propio recuento paralelo. En Estambul, cuando el recuento inicial (con el 10% de los votos escrutados) daba la victoria al candidato del CHP Mustafa Sarıgül, ni el partido ni la prensa turca afín hablaban de fraude; sólo cuando el recuento comenzó a marcar una tendencia desfavorable en ciudades como Estambul, curiosamente comenzaron a llenarse los titulares -y las redes sociales- de acusaciones de manipulación de votos, llegando incluso a acusarse a la agencia de noticias Anatolia de tergiversar los resultados. Convendría aquí recordar que la propia Unión Europea, «alertada» por la oposición turca, había pedido hace semanas y recibió el permiso para enviar observadores a las elecciones, después de que el CHP insistiese en que el gobierno turco orquestaría un fraude masivo y seguro… Resulta sorprendente comprobar ahora que ni esos observadores, ni los que habitualmente envía el Consejo de Europa y la OSCE a este tipo de comicios, han constatado ninguno de esos «fraudes masivos» que el CHP venía clamando, y que intenta ahora reivindicar basándose en «apagones de luz». Personalmente, creo que resulta triste ver cuando un partido no puede asumir una derrota, ni comprender por qué es incapaz de ganar unas elecciones. Básicamente, el CHP sigue sin constituir una alternativa creíble y viable para la mayoría del electorado turco.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Una de ellas podría ser que el periodismo internacional en general y el español en particular, demasiado a menudo sigue manifestando un profundo desconocimiento de la realidad de Turquía y dejándose arrastrar por tópicos y prejuicios de todo tipo. Podría contar más de una anécdota con periodistas que han consultado conmigo o con algún analista turco que conozco, para al final acabar escribiendo su propia versión inventada -o más o menos adaptada a su propia visión- de los hechos. Personalmente me produjo sonrojo el modo en que, por ejemplo, se trató la visita de Rajoy a Turquía por parte de varios medios españoles, con esa insistencia por parte de algunas televisiones en seguir refiriéndose a los votantes del AKP como «islamistas» -a estas alturas, hacer eso es como seguir llamando «fachas» a los votantes del PP y «rojos» a los del PSOE- o en sacar varios planos de la misma mujer vistiendo un velo musulmán… como si en el AKP, o en Turquía, no hubiera mujeres que no se cubren la cabeza con el pañuelo… Diarios como El País incluso llegaron a hablar de supuestos «ataques» de Erdoğan contra periodistas durante una rueda de prensa (más concretamente contra un periodista del diario Zaman, ignorando que detrás de ese periódico está un grupo religioso que podríamos asemejar al Opus Dei en España, qué ironía para El País); mezclando churras con merinas, llegaron incluso a arremeter contra Mariano Rajoy por apoyar la entrada de Turquía en la UE… cuando es una política de Estado que España ha mantenido siempre desde los tiempos de Felipe González… Y luego se extrañan de que no logren entender lo que ocurre en Turquía… Pero bueno, no ahondemos en la herida ni abramos una llaga que ni es nueva, ni seguramente desconocida para muchos lectores.

Pero la lección más importante que creo debemos aprender es a pensar por nosotros mismos, a cuestionarnos todo cuando nos dicen, y a tratar de ver más allá de la realidad que nos transmiten. No se fie usted de lo que le diga un partido, un periódico, un telediario, un tweet, el vecino… o incluso yo mismo. Piense por sí mismo/a. En un mundo globalizado como éste, hasta el pensamiento y la realidad tienden a hacerse uniformes. Pero luchemos también contra nosotros mismos, contra nuestros propios prejuicios e ideas preconcebidas, y pensemos por un momento: ¿Se equivocan los turcos, que siguen votando mayoritariamente al AKP y no a la oposición? ¿Se han vuelto locos, masoquistas, o quizá estúpidos…? ¿…O seremos nosotros, que creemos saberlo todo, los que no comprendemos nada, y nos estamos equivocando?.