artículo de opinión

OPINIÓN: La democracia turca necesita al HDP

A menos de un mes para la consecución de las elecciones generales en Turquía a celebrar el próximo 7 de junio, el 18 de mayo asistíamos a un nuevo ataque contra unas oficinas del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco) que dejaba varios heridos tras ser enviados sendos paquetes bomba a las sedes del partido en Adana y Mersin, si bien todos los detalles del incidente aún estaban por conocerse en el momento de redactar estas líneas. Se trata al menos del tercer ataque contra sedes o personas del partido desde el pasado noviembre.

Fundado en 2012 como sucesor del Partido de la Paz y la Democracia (BDP), tradicionalmente vinculado al nacionalismo kurdo, el HDP (siglas de Halkların Demokratik Partisi) se encuentra sumido en un proceso de transformación, tal y como se comentó en un reciente panel organizado este mismo mes de mayo por el think tank turco Fundación SETA: se trata en definitiva de una formación que, pese a que desde su creación ha buscado atraer no sólo el voto de los kurdos que residen principalmente en las provincias del sureste del país sino también el de votantes de izquierda de las provincias occidentales, aún sigue siendo visto y referido básicamente como un partido kurdo.

Hasta ahora, tanto el BDP como el predecesor de éste -el Partido de la Sociedad Democrática (DTP, ilegalizado en 2009 por el Tribunal Constitucional por sus vínculos con el PKK)- habían conseguido sortear la barrera electoral del 10% de los votos nacionales establecida en Turquía -una de las más altas del mundo- para obtener representación en la Asamblea Nacional Turca recurriendo a presentarse con candidatos independientes que no están sujetos a ese límite, y formando posteriormente grupo parlamentario. Cuando el BDP se transformó en 2012 en el HDP, los diputados del anterior pasaron a ser los del nuevo partido, así que lo cierto es que ni el HDP ni sus predecesores habían afrontado hasta ahora el reto de superar ese difícil límite.

Hasta ahora. Porque de hecho el co-presidente del partido, Selahattin Demirtaş, tomaba meses atrás la inusual decisión de apostar por concurrir como partido a las elecciones del 7 de junio, y no con la estrategia habitual de diputados independientes. La apuesta es tan seria que Demirtaş no sólo ha insistido una y otra vez en que su formación política podrá obtener más del 10% de los votos, sino que además ha asegurado que presentará su dimisión si no lo consigue. El riesgo es alto pero incluye también una ventaja: y es que los 35 diputados actuales del HDP podrían más que duplicarse si como partido supera el 10% de los votos y entra en el parlamento.

Una de las razones fundamentales que ha llevado a Demirtaş a esta nueva estrategia fue el sorprendente resultado que él mismo cosechó como candidato en las elecciones presidenciales –las primeras de la historia turca- celebradas en el país el 10 de agosto de 2014, en las que se alzó contra todo pronóstico con el 9,76% de los sufragios: unos resultados que convirtieron a este abogado de Diyarbakır en la gran sorpresa y en el otro gran ganador de la jornada, tras la victoria del propio Erdoğan. Presentándose en esta ocasión como candidato por Estambul, Demirtaş sigue la lógica electoral de pensar que muchos de quienes le votaron entonces en las presidenciales –y que incluían muchos votantes del oeste del país- le votarán también ahora; sin embargo en las últimas generales, el entonces BDP recibió con candidatos independientes sólo el 6,57% de los votos (unos tres millones en total), y todas las encuestas hasta la fecha siguen dando al HDP para el 7 de junio entre el 8 y el 9% de las papeletas.

Un análisis de las propuestas del partido de cara a los comicios del mes próximo arroja datos interesantes. Pese a ser el menor de los cuatro grandes partidos que cuentan actualmente con representación en el parlamento turco, el HDP ha nombrado para estas elecciones a 268 mujeres de un total de 550 candidatos, la cifra más grande con diferencia, sólo alcanzada de cerca por el Partido Republicano del Pueblo (CHP) con 103 –el gobernante AKP presenta 99- y lejos del nacionalista MHP, con sólo 40. La prioridad declarada del partido, tanto en su funcionamiento interno –con el nombramiento de copresidentas- como en sus políticas es la igualdad de género, y sólo por eso merece un especial reconocimiento.

Otro aspecto a destacar, y en el que supera también al resto de partidos, es en la inclusión en sus listas de candidatos de la mayor variedad y filiación posible; así, el HDP se presenta a las urnas con una lista que, además de incluir a destacadas figuras del movimiento político kurdo (para no perder su base electoral de origen), contiene candidatos que van desde socialistas a musulmanes devotos, además de personas de distintas etnias y minorías religiosas de Turquía (incluyendo destacados líderes de la minoría religiosa aleví, pero también yazidíes, armenios, siriacos, circasianos o gitanos), activistas de la comunidad LGBT, e incluso un objetor de conciencia (algo ilegal en Turquía). A modo de curiosidad, entre los candidatos encontramos también a Dengir Mir Mehmet Fırat, antiguo diputado, vice secretario general y fundador del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que concurre por la provincia de Mersin.

En la presentación de sus candidatos el pasado 7 de abril, Demirtaş apuntó a la victoria de Syriza en la vecina Grecia como una de las referencias para el éxito que asegura que puede obtener su partido en Turquía bajo esta nueva estrategia, en la que subraya el carácter de “partido de izquierda” del HDP. En su programa, el partido se dirige especialmente a las mujeres –proponiendo un Ministerio de la Mujer y declarar el 8 de marzo festivo nacional– y los jóvenes, buscando en ellos una nueva base para su electorado, y además de temas de economía y política exterior, también toca puntos relacionados con los derechos y libertades o con el medioambiente.

Otros puntos del programa electoral pueden ser no obstante más polémicos o difíciles de llevar a cabo, como la idea de elevar el salario mínimo y las pensiones hasta las 1.800 liras (unos 615 euros, casi equiparable al de España), el cierre de la Diyanet (oficina de asuntos religiosos), o la apertura incondicional de la frontera turco-armenia, que sin duda despertaría ampollas no sólo en Turquía sino en su vecina y “hermana” Azerbaiyán.

Por otro lado, los potenciales apoyos del HDP fuera de su tradicional bastión en el sureste de Anatolia se ven socavados por los vínculos de sus predecesores con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), si bien la buena marcha del proceso de paz –en el que el papel mediador del HDP ha sido fundamental- puede ser una baza importante a su favor, pudiendo considerarse que el éxito del proceso es el del HDP, y viceversa. Aun así algunas declaraciones y guiños al nacionalismo kurdo del propio Demirtaş, especialmente durante las sangrientas protestas por Kobane de octubre pasado, tampoco ayudan; incluso si el partido realmente ha logrado romper con el apoyo a la violencia y el nacionalismo kurdo más recalcitrante, no cabe duda de que no todos los votantes en Turquía lo ven así: es por ello que el 7 de junio será un test definitivo para determinar cómo ven los electores turcos al HDP.

En cualquier caso y pese a todas las dudas que puede seguir suscitando, el Partido Democrático de los Pueblos es hoy día más necesario que nunca en Turquía para establecer una verdadera alternativa de izquierda que equilibre la balanza del sistema democrático turco, y demuestre que una formación política antaño anclada en el nacionalismo kurdo puede aspirar a convertirse en un partido nacional. Sería una forma más de reafirmar no sólo el proceso de paz en marcha sino la solución a la cuestión kurda en el país, y pocos son los políticos en Turquía que no consideran hoy que un HDP fuera del parlamento es impensable y sería una tragedia.

Es preciso que el HDP esté en el parlamento tras el 7 de junio para evitar también el proclamado objetivo del presidente del país, Recep Tayyip Erdoğan, de que el partido gobernante AKP alcance los 400 diputados en la Asamblea Nacional Turca, algo que sería tan poco saludable como temerario para el buen funcionamiento de la democracia turca (o la de cualquier otro país del mundo), además de un sinsentido si el objetivo pretendido es la necesaria reforma de la Constitución, una labor en la que la experiencia de países como España nos recuerda que el consenso y la pluralidad son fundamentales. Con un AKP que parece más centrado en promover el sistema presidencialista de su antiguo líder que en los problemas reales del país, y un Presidente de la República actuando más como candidato que como presidente (logrando que en Turquía incluso entre la oposición echen de menos a su predecesor, Abdullah Gül), partidos como el HDP parecen más necesarios que nunca.