artículo de opinión

¡Larga vida a Cem Sultan! (IV)

Ni las tormentas ni el cambio de opinión del rey francés pudieron evitar que el 6 de marzo de 1489 Cem Sultan y su sequito arribasen al puerto de Civitavecchia. Una semana más tarde, el osmanlí hacía su entrada triunfal en Roma donde fue recibido por diferentes dignatarios vaticanos, embajadores extranjeros y un populacho que no quería perder de vista al hijo del Gran Turco. El deseo del Sumo Pontífice que se había hecho con Cem estaba claro: organizar una cruzada contra su hermano uniendo a todos los príncipes de la cristiandad y usando al hermano de Beyazıt como pieza clave. Con este propósito, Inocencio, quien había hecho cardenal a d’Aubusson en recompensa por haberle traído al otomano, convocó un congreso en marzo de 1490 al que asistieron representantes de todos los estados europeos. La muerte del rey húngaro Matías Corvino el mes siguiente estuvo a punto de desbaratar los esfuerzos hechos por el Papa, y el congreso tuvo que ser pospuesto hasta junio.

Para satisfacción de Inocencio, la cristiandad europea acordó organizar una cruzada que estaría compuesta de un total de 95.000 efectivos divididos en tres cuerpos principales: un contingente vaticano e italiano, otro alemán, que incluía húngaros, bohemios y polacos, y un tercero formado por franceses, españoles, portugueses, navarros, escoceses e ingleses. Todavía no estaba claro quién sería el comandante en jefe de dicha imponente fuerza: los alemanes querían que fuese el emperador Federico III o su hijo Maximiliano, mientras que el resto prefería que fuese escogido por los príncipes de la cristiandad y el propio Papa.

Dejando el líder a un lado, los delegados también acordaron el plan de ataque: las tropas alemanas marcharían a través de Hungría y Valaquia al mismo tiempo que la flota aliada invadiría el Peloponeso y la isla de Eubea, mientras españoles, franceses e italianos desembarcarían en Albania. Al mismo tiempo, que todo esto ocurriría en el Mediterráneo oriental, los españoles retomarían su ofensiva contra los moros. Con esta propuesta sobre la mesa, el congreso tocó a su fin el 30 de julio de 1490.

Los deseos de Inocencio de una cruzada contra el Turco se vinieron abajo poco después cuando los diferentes estados europeos volvieron a caer en las rencillas tan comunes de la época. La muerte de Matías Corvino había debilitado a una Hungría que estuvo cerca de caer en la anarquía, mientras que Maximiliano y Carlos VIII volvieron a retomar las hostilidades, cuando el monarca francés contrajo nupcias con Ana de Bretaña, quien también había estado casada con Maximiliano. De esta forma se esfumó el sueño del Sumo Pontífice.

Sin cruzada, las intrigas volvieron a hacer acto de presencia en Roma. A finales de 1491, Inocencio recibió en audiencia a un enviado de Beyazıt, Mustafa Paşa. Viendo que no podía librarse de su hermano como le hubiese gustado, el Sultán otomano le propuso al Sumo Pontífice el mismo trato que había tenido con los Caballeros Hospitalarios de San Juan: asegurarse que Cem continuase siendo un prisionero a cambio de la generosa cantidad de 40.000 ducados anuales. Además, Beyazıt se comprometía a no guerrear contra los Estados Pontificios, Rodas y Venecia, aunque contra estos solamente en el mar.

El papa aceptó la propuesta del kapıcıbaşı (maestro de ceremonias del Sultán), que también se reunió con Cem. Poco después, otro viejo conocido entró en escena. El Sultán mameluco Qaitbey también mandó un emisario que le ofreció a Inocencio 200.000 ducados por Cem, además de Jerusalén y sus alrededores y, una vez derrotados los otomanos, los territorios que, como Constantinopla, hubiesen pertenecido a príncipes cristianos. Inocencio, quien ya había recibido el pagó por adelantado de tres años de Beyazıt, declinó la oferta.

Puede decirse que la vida de Cem mejoró algo en la Ciudad Eterna, en comparación a los años pasados en cautiverio en lejanos pueblos de la campiña francesa. El osmanlí y sus acompañantes fueron instalados en el lujoso Palacio Apostólico, con el hijo del Papa, Franceschetto Cybo, como anfitrión. Pese a vivir en el corazón del Vaticano y disfrutar de audiencias con el propio Inocencio, Cem seguía imbuido en la melancolía que le había invadido en Francia. Para combatirla, recurrió al vino o, en palabras del pintor Mantegna, “tiene gran devoción a Baco”.

Como no podía ser de otro modo en su azarosa existencia, en Roma Cem fue objeto en repetidas ocasiones de intentos de acabar con su vida. El primero tuvo lugar pocos días después de que se hubiese asentado en su nuevo hogar cuando un turco, que decía huir de Beyazıt y ser partidario de Cem, fue traído en presencia del otomano. El recién llegado se postró ante el príncipe y, tras llamarle Sultán, le abrazó. Cem le empujó temiendo que fuese un asesino y así se lo comunico a Franceschetto, quien hizo detener al misterioso turco. Tras ser torturado en el castillo Sant’Angelo, el hombre admitió haber sido pagado por el rey Ferrante de Nápoles para asesinar a Cem.

La segunda tentativa de acabar con la vida del príncipe tuvo como artífice a su hermano Beyazıt. Para llevarla a cabo, el Sultán había contratado los servicios de un renegado italiano conocido con el sobrenombre de Macrino. Beyazıt le había prometido la ciudad de Negroponte y doscientas galeras si asesinaba a Cem. Sin embargo, la trama fue descubierta por los venecianos y Macrino fue detenido al poner pie en Venecia. La Serenísima entregó a Macrino al Papa, quien mandó que fuese encerrado y torturado en Sant’Angelo antes de ser ejecutado. Según confesó el italiano, pretendía envenenar la fuente de agua de la cual se nutría gran parte del Palacio Apostólico, poniendo en riesgo también la vida del Papa. Una tercera intentona fue descubierta más tarde por los venecianos, aunque no llegó a producirse. En ese caso, todas las miradas apuntaron el sobrino de Inocencio, el arzobispo de Arlés que, al hablar turco, mantenía una estrecha relación con Cem.

Un drástico acontecimiento en el Vaticano cambiaría la situación del príncipe. En julio de 1492 falleció Inocencio VIII y fue sucedido por el célebre Alejandro VI, el Papa Borgia. Cansado por la inactivad y los pocos visos de acción, Cem decidió tomar la iniciativa. El príncipe cautivo quería sentarse en el trono otomano y no ser un prisionero de lujo en Roma así que ideó un plan para escapar de allí, con la ayuda de Venecia. La Serenísima, en el juego de dobles verdades y mentiras que la caracterizó a lo largo de su Historia, informó de ello al Pontífice, que trasladó a Cem del Palacio Apostólico a la fortaleza de Sant’Angelo aduciendo razones de seguridad. Sin embargo, poco tiempo después la orden fue revocada.

En la Roma de Alejandro VI, Cem entró en contacto con su numerosa prole. El otomano causó tal impresión en su hijo Juan, que el duque de Gandía pasó a vestirse alla turca, con un exótico turbante, durante las salidas que hacía a los alrededores de la ciudad con Cem. Mientras tanto, todo seguía igual: el Papa continuaba a lo suyo, rifando al otomano entre Venecia y Nápoles, enemistado con éste último, negociando con Beyazıt al mismo tiempo que se sucedían nuevos intentos de asesinato sobre Cem. Sin embargo, esta situación de relativa calma llegó a su fin en verano de 1494 con la invasión de Italia por parte de Carlos VIII de Francia, pretendiente al trono napolitano, especialmente tras la muerte del rey Ferrante que fue sucedido por su hijo Alfonso II.

La acción francesa sirvió para unir a la gran mayoría de las naciones italianas, incluyendo, entre otros, a Nápoles, los Estados Pontificios, Florencia y Bolonia. Los venecianos, cómo no, decidieron quedarse al margen del conflicto. Esta alianza no evitó que los franceses llegasen a las puertas de Roma. Entre la espada y la pared, Alejandro VI claudicó ante el monarca francés. En virtud del acuerdo alcanzado, Cem pasaba a estar bajo la protección de Carlos VIII durante seis meses, para una hipotética cruzada del galo, tras los cuales volvería al Vaticano. Cuando el Papa, en presencia del monarca francés, le comunicó al osmanlí la noticia, éste se limitó a contestar: “Solamente soy un esclavo infeliz aquí, privado de libertad, y no le doy ninguna importancia a si me lleva el rey de Francia con él o continúo en las manos del Papa”.

Ocupada Roma, Carlos VIII prosiguió su avance hacia Nápoles, llevándose consigo al príncipe otomano. Cem dejaba atrás la Ciudad Eterna, donde estuvo casi seis años bajo la tutela de dos papas distintos.

Cem acompañó al rey francés durante su campaña italiana. Sin embargo, cerca de Capua comenzó a sentirse mal, teniendo que ser llevado en una litera hasta Nápoles, ciudad que había caído en manos galas. Según fuentes venecianas, el otomano presentaba una inflamación en la cara, párpados y garganta, tenía fiebre alta y le costaba respirar; probablemente se trataba de una neumonía. Cuando Carlos se enteró del estado del príncipe mandó a sus galenos personales a que le atendiesen, y una vez en la capital napolitana le visitó personalmente. Pero poco se pudo hacer para salvarle. Habiendo vivido poco más de 35 años, un tercio de los cuales los pasó cautivo, Cem exhalaba su último aliento el 25 de febrero de 1495 en Nápoles.

Con la muerte de Cem Sultan el sueño cruzado de Carlos VIII de Francia llegaba a su fin. Tras conocerse el fallecimiento del príncipe, que algunos atribuyeron al Papa Borgia, cuya envenenada reputación le precedía, el cuerpo fue introducido en un ataúd de plomo y fue guardado día y noche por Ayaş y Celal, sus más fieles acompañantes que no se habían separado de Cem desde su infancia. Una vez tuvo constancia del óbito de su hermano, Beyazıt declaró tres días de luto en las tierras del sultanato y comenzó a negociar con Carlos la entrega de su cuerpo. Sin embargo, por los vaivenes de la Historia, los franceses fueron derrotados y el trono de Nápoles, junto con los restos de Cem que aguardaban en la fortaleza de Gaeta, fue a parar a manos de Federico. Finalmente, en verano de 1499, cuatro años después de su muerte, Cem volvía a territorio osmanlí para descansar eternamente, tal y como había deseado.

Cem fue enterrado en Bursa, ciudad en la cual se proclamó Sultán, un último guiño del destino. Su tumba se encuentra en el mausoleo construido por su padre para albergar los restos de su hijo Mustafa, dentro del complejo de la Muradiye, levantado por su abuelo, Murat II. Si alguien se deja caer por la antigua capital otomana de Bursa, merece la pena desviarse para honrar la memoria de aquel príncipe del Renacimiento cuya trágica y azarosa vida él mismo resumió en uno de sus poemas:

Pájaro de mi alma, ten paciencia en tu jaula,

Este cuerpo, cuán rápido se desgasta con el tiempo

Oigo ya el tañer de las campanas

Anuncian la pronta marcha de la caravana

Pronto llegará a la tierra de la nada

Y a ti, de vínculos carnales, te bendiga

 

Para conocer en más detalla la vida de Cem Sultan, es recomendable leer la biografía “Jem Sultan — the adventures of a captive Turkish Prince in Renaissance Europe” de John Freely.