artículo de opinión

OPINIÓN: Mi cuerpo, mi decisión, mi voz

El debate sobre el aborto ha saltado a la actualidad política turca de manera abrupta en las últimas semanas. Fue el primer ministro, Recep Tayyip Erdoğan, el encargado de situar la cuestión en la primera línea política tras unas polémicas declaraciones en las que afirmaba que “todo aborto es un Uludere”. Como es normal –y seguramente esa fuera su intención– dichas palabras han generado una enorme controversia en el país.

La discusión sobre el aborto no es algo nuevo para Turquía, así como tampoco para los países occidentales. Tenemos el ejemplo de lugares como España en donde la ley del aborto fue aprobada por el gobierno de Zapatero y con la llegada de los populares de Mariano Rajoy ya se habla de su posible modificación –si es que la crisis da una tregua-. Tampoco en Estados Unidos –país de gran tradición cristiana– parecen ser capaces de alcanzar un consenso en torno a tan controvertido asunto. Es por tanto una espinosa cuestión que divide a las sociedades, que no distingue de religiones ni latitudes y que parece no tener una respuesta definitiva.

En el caso de Turquía, lo importante no ha sido que se plantee la modificación de una ley que data de 1983, sino el modo en que se ha hecho. No voy a entrar en consideraciones morales, ni voy a tomar parte en el debate, pero en este asunto se han cometido varios errores que podrían haberse evitado al tratar un tema tan espinoso y que debería ser abordado con el máximo respeto por todas las partes.

Por un lado, como ya he comentado, Erdoğan soltó la liebre diciendo que “todo aborto es un Uludere”. Probablemente la dureza de sus palabras responden a una calculada estratagema con el fin de crear la máxima controversia posible, pero muchas personas –entre las que me incluyo– han considerado inadmisibles sus palabras, sobre todo teniendo en cuenta que vienen del primer ministro, cargo que lleva implícito la representación de “todos” los ciudadanos de Turquía, por los que debería haber mostrado más respeto. Estrategias aparte, comparar una masacre de civiles con una dura decisión que muchas mujeres tienen que tomar al no quedarles otra alternativa representa un sorprendente ejercicio de insensibilidad por parte de Erdoğan para con sus ciudadanos. Con una sola frase ha faltado el respeto tanto de las víctimas de Uludere como de las mujeres que en alguna ocasión hayan tenido que recurrir al aborto.

Pero no es lo único que han tenido que escuchar y soportar las mujeres turcas durante las últimas semanas. Diversas figuras públicas, como el clérigo Mehmet Görmez, han opinado sobre el debate de forma un tanto irresponsable, sin tener en cuenta que ésta es una cuestión que afecta fundamentalmente a las mujeres y cuya voz debería ser la más escuchada. Muchas turcas se han sentido ofendidas al verse consideradas unos meros “contenedores”, sin importar lo que ellas tengan que decir sobre el tema y viendo como los hombres, que jamás tendrán que pasar por una situación así, las calificaban de asesinas y se atrevían a emitir juicios de valor. Es por eso que una parte de la población ha reaccionado enérgicamente desde todos los puntos del país mostrando no solo su rechazo por volver a reabrir un debate que parecía cerrado, sino porque los alegatos que hemos escuchado y leído en contra del aborto se han realizado desde una perspectiva considerada por muchos como machista y profundamente religiosa, y eso en un país como Turquía, que sigue luchando por mantener su laicismo, no ha sentado nada bien. Hemos sido testigos de la campaña “Mi cuerpo, mi decisión”, que ha tenido un gran eco en internet, además de multitud de manifestaciones –que todavía continúan– y declaraciones de distintas personalidades y colectivos reflejando el punto de vista de los que creen que el aborto, la posibilidad de interrumpir el embarazo, es un derecho incuestionable que toda mujer debe poder ejercer libremente.

El aislamiento intencionado de las mujeres en este asunto es un reflejo del papel secundario que sigue teniendo la mujer en Turquía en todos los ámbitos de la sociedad, así como de la preocupante carencia de derechos y libertades. A una democracia en buen estado de salud no deberían sentarle mal este tipo de debates. Cada individuo posee un pensamiento único, una forma de ver y entender la vida, pero actitudes y declaraciones como las escuchadas recientemente siguen cayendo en los mismos errores y en los mismos viejos tópicos que ningunean de forma poco inteligente el rol de la mujer. Turquía no puede seguir permitiéndose esta situación, las mujeres deben ser escuchadas y tenidas en cuenta si el país quiere seguir avanzando por la senda del progreso. Obviando esta realidad solo se consigue envilecer y deteriorar debates, como el del aborto, de los que la sociedad turca y su propia democracia podrían salir reforzadas.