Unas recientes declaraciones del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan criticando por enésima vez una popular serie que narra las andanzas del sultán Solimán el Magnífico vuelve a poner de relevancia la manipulación histórica, voluntaria o no, que varios sectores conservadores e islamistas de la sociedad turca hacen del pasado otomano.
Ya lo dijo Jorge Manrique en siglo XV, “Cualquiera tiempo pasado fue mejor.” Esa opinión parecen compartirla algunos sectores del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) y otras formaciones políticas de corte nacionalista/islamista. Ya sea por populismo o por una verdadera idealización, miran al Imperio otomano con nostalgia, a aquel estado que durante siglos se extendió por Europa, Asia y África y gobernó a decenas de nacionalidades.
Es una buena noticia ver un renacimiento en el interés de los turcos por la historia y cultura otomanas, hasta cierto punto vilipendiadas con la llegada de la República. Sin embargo, desde ciertos sectores se está llevando a cabo una interpretación idealizada que dista de la real. Cambiar la Historia, manipularla incluso, es algo habitual debido a la naturaleza intangible de la misma. Ya lo dijo hace un par de años Orhan Pamuk, “el pasado siempre es un territorio inventado.” Será por ello que varios sectores islamistas, con el inclasificable Erdoğan a la cabeza, creen estar en posesión de la verdad, de la verdadera Historia del Imperio Otomano, donde, a su modo de ver, la gente vivía feliz bajo el reinado de los sultanes y califas.
Como todo gran imperio, el osmanlí tuvo sus luces y sombras. Quien vaya a Estambul, Edirne o Bursa podrá admirar una refinada arquitectura en la que mezquitas, palacios, mercados y caravansarais, que recuerdan el poderío y refinamiento que alcanzaron los sucesores de Osmán. La poesía del diván, con sus Bâkî, Fuzûlî y compañía, encandila al lector con sus versos llenos de seducción y simbolismo. Por no hablar de los protagonistas de su historia, grandes sultanes como Mehmet II, Solimán el Magnífico o Mahmut II y destacables personajes como la saga de visires Köprülü o Midhat Paşa hacen que la historia otomana sea apasionante. No obstante, también hubo sombras o acontecimientos que por su naturaleza aquellos que reverencian el pasado pretenden olvidar, ya sea porque no sea adapta a su idealización o simplemente porque lo desconocen.
Los religiosos sultanes, Califas desde 1517, no lo eran tanto. Como meras anécdotas cabe destacar que se dice que Selim II, hijo del reverenciado Solimán y también conocido en turco por Sarhoş Selim (Selim el Borracho en turco), decidió invadir la isla de Chipre en 1570 no por cuestiones geoestratégicas sino por la especial afición que tenía al vino chipriota. Otro ejemplo del que podemos valernos es del religioso Murat IV, que prohibió el alcohol pero falleció, curiosamente, de cirrosis. O la afición a la bebida de Mahmut II, que tal vez le llevase a la tumba, y su hijo Abdülmecid I. Valgan estas anécdotas para entender los piadosos que eran algunos, o bastantes, miembros de la dinastía osmanlí.
En el Imperio otomano convivieron una multitud de etnias y religiones en una época en la cual varios países cristianos de Occidente, como la naciente España de los Reyes Católicos, eran notorios por su intolerancia. Esto pudo llevarse a cabo gracias al sistema de los Millet, por el cual las minorías religiosas reconocidas por el sultán vivían bajo su amparo con cierta autonomía previo pago de un impuesto especial. Sistema avanzado para la época en la cual los países europeos, principalmente católicos, destacaban por su intransigencia. Aún así, seguían siendo ciudadanos de segunda con restricciones en los oficios, vestimenta, etc.
Este breve repaso a algunos de los episodios de la historia otomana viene a colación de los repetidos ataques que el gobierno encabezado por el primer ministro está lanzando contra la popular serie Muhteşem Yüzyıl. En ella, se narra la vida del sultán Solimán el Magnífico (Kanuni Süleyman en turco), con especial énfasis a las intrigas del harén. En la serie, de ficción y con visos de telenovela, no hay que olvidarlo, se ve al soberano beber vino, emborracharse y ceder ante las tentaciones, no en ese orden necesariamente, algo que Erdoğan y compañía no pueden tolerar.
El primer ministro ha cargado una vez más contra la serie. La última vez tuvo lugar la a finales de noviembre durante la apertura de un aeropuerto en la provincia noroccidental de Kütahya. «No conocemos a este Kanuni (Solimán el Magnífico). Él pasó 30 años de su vida a lomos de un caballo. Condeno públicamente a los directores de esta serie y a los propietarios de la cadena de televisión (que la emite),» declaró molesto el mandatario. ¿Se imaginan al primer ministro británico David Cameron clamando contra la afamada serie de la HBO “Los Tudor” por el voraz apetito sexual de Enrique VIII, o al presidente norteamericano Barack Obama criticando “John Adams,” en la cual se ve a un Benjamin Franklin disfrutando de las damas parisinas?
Desde su primera emisión en enero del 2011, Muhteşem Yüzyıl ha sido criticada repetidamente por islamistas y nacionalistas de corte conservador por el retrato que hace de la corte otomana en su momento de máximo esplendor. No importa que la serie sea todo un éxito no solo en Turquía sino en países vecinos de Oriente Próximo y los Balcanes. Atrae críticas y peticiones de suspensión, hasta 70.000, pese a concentrar a millones de espectadores frente al televisor. La última demanda llegó la semana pasada de un empresario de la conservadora ciudad de Konya.
Un nacionalismo diferente al instaurado por Mustafa Kemal Atatürk parece estar consolidándose en Turquía. Si el fundador de la República decidió romper abruptamente con el pasado y establecer un país basado en los principios del estado-nación, influido por el positivismo e inspirado en Occidente, ahora parece que varios sectores de la población vuelven a mirar a aquel pasado sin el cual no podría entenderse a Turquía y sus vecinos. Del nacionalismo estatista de corte laico se está pasando a una síntesis de nacionalismo, Islam y otomanismo. Las naciones evolucionan y este cambio simplemente refleja la transición del poder desde el centro a la periferia que ha experimentado el país euroasiático en las últimas décadas. Lo reprochable es que para sostener esta nueva corriente haya que adulterar la historia.
Los nacionalismos siempre han manipulado el pasado según su conveniencia y no han tolerado divergencia alguna. Como acertadamente exponía el columnista İhsan Dağı en el diario turco Zaman, el antiguo establishment turco solía dictar a la gente lo que creer, vestir y pensar. Ahora, parece que Erdoğan, desde las antípodas ideológicas de sus predecesores, está tomando el relevo.
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