Tayyip Erdoğan

OPINIÓN: Erdoğan se baja del tren

El 16 de abril se cerró una etapa en la historia de la República de Turquía. Con un estrecho margen y entre acusaciones de fraude, el “Sí” ganó en el referéndum que cambiará el sistema político del país y blindará al presidente Recep Tayyip Erdoğan, dotándole de un poder que no ha tenido ningún político turco desde Mustafa Kemal Atatürk. Se trata de un momento aciago para la democracia turca que deja a la sociedad del país euroasiático más dividida que nunca.

El resultado del referéndum no ha de sorprender. El uso de las herramientas del Estado por parte del gobierno para promover el “Sí” ha supuesto que las fuerzas estuviesen desequilibradas desde el principio. El control, directo o indirecto, de la mayoría de los medios de comunicación, el uso de los recursos del Estado en beneficio propio y en detrimento de los opositores, el encarcelamiento de los co-presidentes del tercer partido del país y el arresto de opositores no son las condiciones propicias para una campaña democrática y en igualdad de condiciones.

Además, esto ha ocurrido bajo el estado de emergencia a causa de la intentona golpista de julio sobre la cual todavía existen varias preguntas sin responder y que tanto ha beneficiado al gobierno para deshacerse de aquellos que se le oponían. A todo esto hay que añadir un partido opositor débil y sin rumbo como el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP), el descabezado izquierdista Partido Democrático de los Pueblos (HDP) y un ultranacionalista Partido de Acción Nacional (MHP) plegado al gobierno.

No es de extrañar por lo tanto que la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) haya alertado de irregularidades en el referéndum. Según el organismo, la falta de igualdad de oportunidades, la cobertura mediática partidista y las limitaciones a los derechos fundamentales han creado una situación desigual. “El referéndum tuvo lugar en un ambiente político en el que las libertades fundamentales esenciales para un verdadero proceso democrático fueron limitadas bajo el estado de emergencia, y ambos bandos no tuvieron las mismas oportunidades para transmitir sus mensajes a los votantes. Nuestro análisis pone de manifiesto que la campaña del “Sí” dominó los medios y esto, junto a las restricciones en los medios, el arresto de periodistas y la clausura de otro medios redujeron el acceso de los votantes a una visión plural de la situación”. Poco más se puede añadir a esto.

Sí ya de por sí el escenario favorecía al “Si”, cambiar las normas del juego en mitad del partido lo hizo aún más. Cuando la jornada de votación se acercaba a su fin, el Consejo Supremo Electoral (YSK) decidió validar sobres sin el preceptivo sello y papeleteas marcadas con un tampón distinto al oficial. No es de extrañar que la OSCE dijese que estas instrucciones “cambiaron significativamente el criterio de validez del voto, quebrantando una salvaguarda importante y contradiciendo la ley”, en referencia al artículo 98 de la ley electoral turca del 2010. Pero la ley es algo que Erdoğan se salta cuando le conviene.

Indicios de fraude electoral

En su informe, la OSCE evitó hablar de un posible fraude electoral pero diferentes imágenes, grabaciones y hechos salidos a la luz parecen confirmar las denuncias de la oposición. En diferentes videos circulados por las redes sociales se pueden ver clásicos del pucherazo electoral. Por ejemplo, en uno de ellos se puede ver un miembro del AKP en la provincia de Muş introduciendo hasta cinco papeletas en las urnas, en otros se puede ver como afines avalan papeletas en blanco estampándolas con el “Sí” y así sucesivamente. No es de extrañar que tanto el CHP como el HDP hayan pedido al YSK que se anulen los resultados. Pero ya sabemos qué contestará el parcial YSK.

Una victoria pírrica

Pese a las irregularidades del referéndum citadas, que podrían o no haber cambiado el resultado, lo cierto que el “Sí” ganó por un estrecho margen. Apenas 1,5 millones de votos dieron la victoria a Erdoğan pero el presidente debe de ver con preocupación la pérdida de apoyos en lugares clave. Estambul, la gran megalópolis turca de la que fue alcalde le dio la espalda por primera vez en su trayectoria política, lo mismo ocurrió con Ankara, la capital del país y feudo del AKP hasta entonces, y la mayoría de las grandes ciudades de Turquía. Como hemos visto en otros referéndums últimamente, con el Brexit como mejor exponente, las provincias menos desarrolladas y con una población con menos estudios se han impuesto al voto de centros urbanos desarrollados con una población más formada. Así es la democracia.

Turquía ha cerrado un capítulo más de su historia. La república ideada por Atatürk ha sido desmantelada tras casi un siglo de existencia. No se trata, como muchos periodistas occidentales se empeñan en decir, de un conflicto entre el laicismo y el Islam. Se trata de un conflicto entre la democracia y el autoritarismo. La Teşkilât-ı Esasiye Kanunu o Constitución Turca de 1921 ponía las bases del sistema democrático que, a trompicones, se iría implantando en Turquía en las décadas siguientes. Conceptos como la soberanía nacional, los poderes legislativo y ejecutivo entraban en la mente de los turcos por primera vez. Tal y como argumenta Steven Cook en su artículo en Foreign Policy titulado “RIP Turkey, 1921 – 2017”, a sabiendas o no, los ciudadanos que votaron “Sí” votaban contra dicha Ley y la versión de modernidad que Atatürk imaginaba y representaba.

Erdoğan ha conseguido su objeto oscuro de deseo: un sistema presidencialista que le podría mantener en el poder hasta al menos 2029. Allá por 1998, el presidente hizo unas polémicas declaraciones en las que decía que “la democracia es como un tren, puedes bajarte en la estación que más te convenga”. Erdoğan ya ha encontrado su parada y se ha bajado del tren.