La inauguración del nuevo flamante Palacio Presidencial de Turquía ha puesto en evidencia las intenciones de Recep Tayyip Erdoğan, antiguo primer ministro y actual presidente, de crear una «Nueva Turquía» a su imagen y semejanza, en la cual él es el actor principal. El fastuoso edificio no es más que otro símbolo de su poder y megalomanía que van creciendo paulatinamente.
En las últimas semanas, el Palacio Presidencial turco, conocido oficiosamente como Ak Saray en un juego de palabras que hace referencia al partido gobernante (AKP) y que puede traducirse como Palacio Blanco, ha sido noticia en los principales medios del mundo. Su tamaño colosal, su elevado precio y su demostrada ilegalidad han enervado a diferentes sectores de la opinión pública turca, que consideran la edificación del palacio el último atropello de un político que aspira convertirse en sultán.
Es razonable que Erdoğan decidiese no habitar el Palacio de Çankaya, residencia oficial de los presidentes de la República desde su construcción por Mustafa Kemal Atatürk. El modesto y vetusto palacete tal vez no estaba a la altura de un país aspirante a convertirse en potencia como Turquía. Además, en ese mismo escenario falleció, en circunstancias cuanto menos sospechosas, el presidente Turgut Özal (m. 1993), por lo que es razonable el traslado a una sede mayor y segura. ¿Pero realmente necesita el presidente de Turquía 200.000 metros cuadrados? Para ponerlo en perspectiva, el Ak Saray es 40 veces más grande que la Casa Blanca, más del triple que el Kremlin y el doble que el Palacio de Buckingham. Está por ver si el presidente Erdoğan logrará visitar algún día las 1.000 habitaciones de las que consta su nueva morada.
Luego se puede mencionar el precio del edificio. De momento, ha costado la friolera de 1.370 millones de liras turcas (unos 490 millones de euros), tal y como anunció el ministro de finanzas. Dicha cifra podría llegar a los 2.000 millones de liras una vez esté completamente finalizado. Hay que mencionar que Erdoğan llegó a la presidencia con un avión bajo el brazo por el importe de unos 150 millones de euros. En apenas unos meses, los caprichos del presidente ya ha costado más de 600 millones de euros a los contribuyentes. Esto es sin contar con el brusco acondicionamiento de un complejo palaciego otomano en Estambul, cuyo edificio principal es el Palacete de Vahdettin, que perteneció al último sultán osmanlí, y que a partir de ahora será la residencia del presidente en la antigua capital imperial.
Por último, uno se topa con la ilegalidad del Ak Saray. El palacio ha sido edificado en la Granja Forestal Ataturk, que el fundador de Turquía donó a la nación en 1937, y ha supuesto la tala de 3.000 árboles. Un hecho ilegal, tal y como anunciaron los tribunales, que en marzo ordenaron parar las obras. Pero Erdoğan, con el tono despótico que le caracteriza, se limitó a retar a la Justicia con un amenazante: “Que lo derriben si tienen suficiente poder para ello. No serán capaces de pararlo”. Lógicamente, no lo hicieron.
Si los datos y hechos sobre el nuevo palacio presidencial no bastasen, conviene recordar su origen. Éste se remonta a cuando Erdoğan era primer ministro. Entonces, el Ak Saray se pensó como la nueva residencia del primer ministro. Pero cuando Erdoğan pasó de líder del ejecutivo a presidente, los planes cambiaron. El Ak Saray fue para Erdoğan y Çankaya para Davutoğlu. Estaba claro entonces que aquel palacio no era para tal o cual cargo, sino para el propio Erdoğan. Él lo había ideado, cómo también había hecho con el avión mencionado anteriormente, y para él sería, fuese o no primer ministro. Delirios de grandeza de los grandes monarcas o sátrapas de tiempos pasados.
Afianzado en la presidencia de Turquía, con un primer ministro dócil, no es ningún secreto que Erdoğan sigue agarrado a las riendas del poder. Sus propios discursos dan fe de ello así como de sus ambiciones. “Nos hemos trasladado al nuevo Palacio Presidencial porque la actual residencia no ofrecía los servicios adecuados para la presidencia. Ya saben ustedes que ahora estamos en la Nueva Turquía. Y el nuevo lugar, hecho a nuestro estilo, es la herencia de una civilización”, dijo ufano Erdoğan en la inauguración del Ak Saray. Una «Nueva Turquía» hecha a su medida, en la que la efigie sempiterna de Atatürk comienza a ceder ante un Erdoğan que ya tiene universidades, estadios de fútbol y, pronto, aeropuertos con su nombre.
Es fácil ver a los medios occidentales comparar a Erdoğan con un sultán (memorable la portada de The Economist de junio de 2013 con el político protagonizando un retrato de Selim III). No obstante, es recomendable huir de dichos clichés, que en la gran mayoría de los casos simplifican la realidad. Pero el fastuoso Palacio Presidencial, con su imperial y medieval estilo selyúcida, la megalomanía y poder de su inquilino hacen que sea irresistible la comparación. Mehmet el Conquistador tuvo su Topkapı, Abdülmecid su Dolmabahçe y ahora Erdoğan, en plena República, tiene su Ak Saray.
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